Una presión abrazaba su pecho, cada salto cardiaco expulsaba vaho caliente por sus labios, los ojos estaban prendidos, demasiado abiertos, mientras que el calor de su entrepierna se mantenía gracias a cinco dedos y una palma casi en ebullición. Ante él, carne blanca realzaba la presencia de esfínteres rosados, húmedos y chorreantes de amor, genitales sensibles en locomoción se raspaban unos a otros mientras lenguas aderezaban los coitos. Manos sujetaban caderas y movían cuerpos en vaivén, dentaduras expuestas enmarcadas por cabellos castaños mordían desgarros y alteraban su uniformidad para expresar llanto animal. La carne aplaudía el pecado, los intestinos se contraían ante la partida del músculo y los labios volvían al reencuentro con rubor.
- Jajaja, jajaja – sonreía Devan con saliva fuera de sus labios. Aireaba su lengua, apagaba el monitor y echaba a descansar, aturdido por la jornada, agitado, casi temblando.