— ¡Santiago, mátate! — resuena la voz aguda en mi mente.
— No puedo. — le explico.
— ¡Santiago, mátate!. — repite el mismo.
— ¡Cállate.! — exclamo cabizbajo.
— Santiago, no existes, mírate, estás solo, esto no es real, ¿entiendes?, ¿lo percibes cierto?, ¡no existes! — agrega una voz grave.
— No puedo. — repito en voz baja.
— Tienes miedo — esta vez interviene la fémina.
— Quizás — susurro.
— Entiendo — se resigna uno.
— ¡Idiota! — exclama el del acento raro.
Trato de dormir, no puedo. Necesito drogas, a veces pienso. Necesito una realidad más, medito mientras escribo. Un poco de música quizás los distraiga, pero todo está a oscuras, formulo. Trato de olvidar, para por fin caer dormido. Ya casi duermo, continúo vivo.
— ¡Santiago, mátate!. — exclama Satiur.